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¿Por qué nos gusta tanto comer?

¿Por qué nos gusta tanto comer?

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Por  Leandro A. Sánchez  Ilustración Rogistok

No hay duda. El comer es uno de los mayores placeres de la vida. Por eso no resulta extraño que a los pocos minutos de nacer, el bebé calme su ansiedad alimentándose. Desde entonces y para siempre sella un pacto eterno con este hábito, y con la mamá, por supuesto.

Siempre hemos escuchado que quienes padecen de sobrepeso son personas con falta de autocontrol y voluntad. Y aunque en ocasiones pudiera llegar a ser cierto, en la mayoría de los casos no lo es. Así lo avalan diversas investigaciones genéticas y lo explica el libro La brújula del placer, del neurólogo norteamericano David J. Linden: “Los estudios indican que cerca del 80% de la variación del peso corporal está determinada por la herencia. Este porcentaje es similar al de un rasgo como la estatura y es mucho mayor que el de enfermedades que hoy sabemos pueden ser hereditarias: cáncer de mama, esquizofrenia o cardiopatías, por mencionar algunas”.

Es cierto que la falta de ejercicio y malos hábitos de alimentación conducen a la obesidad. Pero, ¿qué sucede cuando no estamos frente a este tipo de casos, cuando no se trata de fuerza de voluntad? Los especialistas afirman que las ganas de comer “de más” se debe a un proceso distinto en el análisis molecular y celular de los circuitos cerebrales del placer y del control de la ingesta. “Hay quienes al comer sienten menos placer, y para alcanzarlo comen más”, expone Linden. Y un estudio llevado a cabo por el estadounidense Eric Stice junto a otros colegas de la Universidad de Oregón, publicado por la revista Science, demostró lo anteriormente expuesto: las personas con menor actividad en los circuitos cerebrales que regulan la recompensa y el placer tienen más riesgo de ganar peso. Este efecto es más pronunciado en aquellas con un defecto genético relacionado con la dopamina.

Para comprobar esto, jóvenes con y sin sobrepeso fueron sometidas a escáneres cerebrales mientras tomaban un batido de chocolate. El principal hallazgo fue que, en respuesta a los sorbos, la activación del núcleo estriado dorsal de las participantes con mayor peso fue significativamente menor que en sus homólogas, lo que apoya la hipótesis expuesta… Mientras comemos el cerebro segrega dopamina, neurotransmisor relacionado con las sensaciones placenteras. Cuanto más nos gusta lo que estamos probando, más la produce el cerebro, contrario a lo que sucede con las personas en sobrepeso. “Los obesos producen dopamina en menor cantidad, lo que les obliga a comer abundantemente para compensar este déficit”, añade el líder del estudio.

El ambiente: gran influenciador 

Somos lo que comemos, física y mentalmente: un adagio que oímos desde pequeños. Y resulta oportuno ponerlo sobre el tapete porque una alta ingesta de alimentos “poco sanos” pudiesen alterar nuestros receptores de dopamina. Así lo explica la endocrinóloga y nutricionista Sara Montes. “Llega un punto en que la gente que se acostumbra a comer productos ricos en grasas no puede dejarlos; los necesitan cada vez más para sentirse satisfechas”, añade la también dietista, haciendo hincapié en que las empresas que los comercializan emplean toda la tecnología disponible para que éstos activen al máximo nuestros circuitos de placer, a fin de que busquemos más. “Pero esto será más efectivo en quienes genéticamente estén predispuestas a sentir menos y esperar más”, puntualiza.

80% de la variación del peso corporal es determinada por la herencia.

¿Cuáles alimentos activan el sentimiento de placer? Azúcares, grasas y sal. Y el ser humano los busca naturalmente, como instinto de supervivencia, porque son los más enérgicos. Entonces, ¿dónde radica el problema? “Que actualmente abundan, son económicos y fáciles de digerir, y lo más preocupante, no son los mejores para la salud”, dice Montes. “Tienen la capacidad de activar un estímulo de recompensa que nos lleva a comer más. Parecido a una adicción”, enfatiza. Pero, ¿en realidad nos aportan felicidad? Por lo visto, no del todo; así lo han demostrado diversos estudios realizados entre mujeres. Las que presentan un alto consumo de los antes ya mencionados son propensas a sufrir depresión, a diferencia de quienes llevan una dieta más saludable. “Mientras los alimentos industrializados elevan los niveles de dopamina (encargada de mantenernos activos y con ganas de comer), los saludables, como los carbohidratos complejos y las proteínas (carnes no procesadas), elevan los niveles o promueven la producción de serotonina (agente que procura relajarnos y controlar las ganas de comer)”, finaliza la entrevistada. P

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“Las personas que padecen obesidad producen dopamina en menor cantidad, lo que les obliga a comer abundantemente para compensar este déficit”, Eric Stice, científico estadounidense.

La calumniada comida chatarra

Tras una larga jornada laboral y llegar exhaustos a casa, lo primero que nos llega a la mente es tirarnos en el sofá y comernos una deliciosa pizza. ¿Pero por qué este tipo de comida? Se debe a sus altos niveles de azúcar y sal, que inhiben la sensación de saciedad en el organismo; cambian el flujo hormonal logrando que las personas sigan comiendo, aún ya satisfechas. Sin embargo, aunque delires por ella debes asumir un consumo responsable de la misma, ya que en palabras de la nutricionista Sara Montes, su ingesta desmedidad conlleva aumento de peso, enfermedades cerebrovasculares, diabetes tipo 2 y deficiencias nutricionales, entre otros.

 

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